miércoles, 8 de diciembre de 2010

“Viajeros de Indias” en la distancia.


“Viajeros de Indias”, de Herrera Luque. Este libro incluye un tema que, cuando hace "añísimos" lo leí, me impactó: La procedencia social del conquistador español. Intentaré ser breve:
A lo largo del año de 1942 se producen en España tres acontecimientos que van a tener una importancia decisiva en aquella España medieval en permanente pugna, y determinarán así mismo el devenir del país y de otros pueblos, algunos de ellos desconocidos y otros convivían bien o mal en la Península:
Primero: Descubrimiento de América. Segundo: Expulsión de los árabes de su último bastión: Granada. Tercero: Expulsión de los Judíos. Repito, estos tres fenómenos, vitales todos ellos, van a darse en el mismo año. Por lo pronto, España se unifica toda ella en una sola nación y en una sola religión. Sin embargo, estos hechos aparentemente tan sencillos y lógicos arrastrarán consigo problemas secundarios que aun hoy muestran sus secuelas, nada claras y casi podemos decir, tremendamente confusas. Problemas que aún hoy nos afectan en el sentido de que a estas alturas y después de cinco siglos largos, aquí en esta América no se nos quiere y, mucho menos se nos reconoce virtud alguna.
Veamos el primer pecado que aún hoy nos disminuye: La crueldad. La crueldad llevada hasta lo infinito y hasta el genocidio permanente. Genocidio que si pudo comprenderse durante los primeros años de conquista, pierde su razón de ser con el correr del tiempo. Y sin embargo, la matanza siguió hasta que nos expulsaron de manera definitiva. La razón de esto creo encontrarla en algo que Herrera Luque nos recuerda y que cuando estudiamos la historia de España no se nombra o solamente lo tocan los eruditos:
Por aquellos años, ni el reino de Castilla, ni el de Aragón, ni los infinitos territorios feudales dependientes de dichos reinos, tenían un ejército regular de carácter obligatorio. Por aquellos años pululaba por toda España una multitud de hombres hambrientos dispuestos a usar la espada en beneficio del rey o del señor que pagara. El soldado mercenario no tenía patria, ni rey y, hasta diríamos ni Dios. El soldado vendía su espada o su lanza por un salario. La soldada, se le llamaba, aún en mis tiempos, a la miseria en pesetas que nos pagaban mensualmente allá en la Marina. La palabra aún tenía vigencia por mas que el servicio militar era obligatorio.
O sea que la finalización de las guerras internas que duraron siglos, dejo sin jornal a miles y miles de mercenarios que de eso vivían. Finalizada la guerra contra los árabes del sur de la Península y encauzado el problema judío entre un te vas o te quedas según convenga al pagador y al pagado, queda en España el difícil problema del hombre sin oficio y, por lo tanto, sin esperanzas. Se movilizan por los caminos de España una multitud de soldados que ya no eran necesarios. España se llena de ladrones de ocasión, hombre que no sabían ni querían trabajar. Una gran multitud de muertos de hambre cuyo oficio, ya no necesitado, perdió toda importancia.
Y es esa gente la que Colón, los descubridores y los conquistadores buscan ahora para conquistar y ocupar América. Y llegan aquí sin saber hacer otra cosa más que matar y exterminar. Ellos no eran agricultores, ni artesanos. Eran soldados y, el soldado es para lo que es. Y las calles de Sevilla donde funciona la Casa de Contratación se llenan de jóvenes, menos jóvenes y viejos dispuestos a pasar a la Indias y, si no hacerse ricos, por lo menos vivir mejor. Y llegan aquí dispuestos hacer lo que toda su vida hicieron: matar o, como mal menor, esclavizar.
De aquí, pienso yo, esa malquerencia que vi y palpé y que no podía comprender y, aún hoy, puede lastimarme porque las reacciones no siempre son justas.

Manuel da Roura.
 

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