MURIÓ CHÁVEZ
Por Manuel da Roura.
Es difícil para una
persona de mi edad explicar qué pienso de Chávez y qué me pareció el hombre.
No, no es fácil y sin embargo, por aquí,
anda un pueblo enardecido y triste...Por algo será.
Desde principios del
año 1931 en la escuela, en la casa de mi padre, (quien había trabajado en Cuba y en USA) y en mi
larguísimo peregrinaje, que en cierto modo aún
dura, he venido conociendo, experimentando, leído y, en parte vivido, en
países cuyos gobernantes, como es natural, se distinguieron por lo que hicieron
o por lo que dejaron de hacer.
Supe de historias
que en general se consideraron buenas y de otras historias consideradas malas.
Muchas veces, unas y otras, pecaron de subjetivas y de parcializadas. Las
opiniones no siempre son creíbles.
Nuestras simpatías,
antipatías y conveniencias pueden convertir un santo en un demonio y viceversa.
Franco, para algunos emigrados que por aquí encuentro, está en el cielo. Para
otros, en cambio, se está quemando en la quinta paila del infierno.
El Hugo Chávez, este
presidente venezolano que acaba de morir, es para Venezuela un Dios y para el
resto del mundo un auténtico fenómeno, no sólo político sino humano. Chávez
rompe todos los esquemas del dirigente típico, por excelente que haya sido. Ya
no se trata de crecimientos económicos de paz y tranquilidad, así como del
acceso de todos los ciudadanos, sin excepción, a los servicios médicos por
costosos que fueren, a la enseñanza en todas sus ramas y en todas sus
categorías, tanto para el hijo del rico como para el hijo del obrero. No, no se
trata sólo de eso. No se trata de un igualitarismo mecánico, rígido y sin vida.
En el chavismo hay más que eso, mucho más que eso. En el chavismo hay alma, hay
esa cosa que se les hace difícil explicar a los teólogos, pero que está ahí y
que el pueblo refleja en todo momento en sus manifestaciones, en sus gritos y
ahora en su llanto.
El pueblo venezolano
se valorizó, se agigantó con Chávez y, gracias a él, supo que era alguien, que, por fin,
pasaba ser dueño de su cuerpo, de su alma y de su destino.
Hugo Chávez no se
limitó a promover y aplicar leyes. Chávez introduce en el quehacer nacional un
elemento antes desconocido: la dignificación del hombre. Dignificación como ser
humano y dignificación en su relación con los demás.
Ahora el gentilicio
venezolano honra. No es sólo una simple referencia, es una categoría, es un
título, es un honor.
Hugo Chávez enfrentó
a todos los poderes fácticos nacionales e internacionales y les torció el
brazo. Desde una iglesia moribunda, que ya no representa nada, hasta el
imperialismo ladrón, siempre en busca de botín, todos ellos tuvieron y tienen
que recular ante este pueblo dignificado y fuerte.
En Chávez se
desborda el hombre y aparece el sentimiento y la valentía.
Nadie jamás se
atrevió, como Chávez lo hizo, a enfrentar públicamente al coloso del norte:
Cuando, en la Asamblea General de la ONU, el presidente Bush (hijo) finalizó su
discurso, como siempre lleno de amenazas y de imposiciones, se oyó la voz del presidente Chávez: "¡Aquí
huele a azufre!". Promoviendo, así, una estruendosa y sentida carcajada
por parte de los representantes de todos los países del mundo... Eso lo hizo
Chávez, y ningún otro se atrevió a tanto... Ese fue el presidente Chávez. Ese
era Hugo Chávez.
Aquí, en Venezuela,
la participación política de todo el pueblo es profunda y constante. Aquí todo
el pueblo se siente, de una u otra manera, protagonista de su propia historia.
Aquí todo el mundo sabe de política, sabe de su país, sabe de su pasado y sabe
de las posibilidades que el presente y el futuro ofrecen para hacer de
Venezuela una patria grande y respetable.
En muchos otros
países del mundo se hace obligante encontrar un Chávez, crear un Chávez, hacer
un Chávez. Aquí dio resultado; aquí Chávez catalizó, para bien, todo el sentimiento
libertario de un pueblo.
El ejemplo de
Venezuela, y a esto queríamos llegar, debe servir para despertar de una buena
vez a todos esos pueblos mediterráneos que, como el español, padecen de una
crisis profunda e interminable. Ya no son válidas todas esas grandes
manifestaciones de calle y plaza proclamando indignaciones, reales pero
ineficaces.
Es necesario que
cada quien fuerce sus posibilidades, ¡qué las hay!, y termine de una puñetera
vez tanta pobreza, tanto desahucio, tanta miseria, tanto rey, tanta Cayetana,
preñada o no y tanta estupidez.
(Manuel da Roura)
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