(Wikipedia)
Por Manuel da Roura .
Érase una mujer de bata blanca
Espigada
elegante y muy bonita,
Oftalmóloga la
nombran los que saben
y en lenguaje
popular es oculista.
Érase mi llegada
al consultorio:
los saludos de
rigor, el ¡buenos días!
¿Cómo está señor
Manuel? ¿Cómo le va?
Acomódese aquí
en esta silla,
Tápese el ojo
izquierdo con la mano
para que lea con
el otro las letricas.
Y si puede,
señor Manuel, si las distingue,
dígame también
las pequeñitas.
La doctora de
quien estoy hablando,
después de pasar
su vista por mi vista,
me pone en la
cabeza un aparato
que , a veces,
en la frente me lastima.
Una luz
brillante como un faro
reverbera
molestosa en la pupila,
y un zigzag de
intromisión invade el ojo,
iris,
esclerótica y retina.
Cuando la
doctora, minuciosamente,
da por terminada
la revista,
empuña con su
mano vigorosa
el plateado
acero de las pinzas
y atenazando un
pelo majadero,
que en el
párpado mayor se interioriza,
con un solo
tirón, ¡con uno solo!,
afronta el
pestañeo y me lo quita.
( Manuel Silva Fernández,
desde Caracas, Venezuela)
desde Caracas, Venezuela)
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